MATILDA (fragmento)
Fred era un amigo de Matilda. Era un niño de seis años que vivía a la vuelta de la esquina y llevaba muchos días explicándole lo buen hablador que era el loro que le había regalado su padre.
(…)
—Es fabuloso —admitió Matilda—. ¿Me lo dejarías una noche?
—No —contestó Fred—. Desde luego que no.
—Te daré mi paga de la semana que viene —dijo Matilda.
Eso era otra cosa. Fred lo pensó unos segundos.
—De acuerdo —dijo—, si prometes devolvérmelo mañana.
Matilda regresó tambaleándose a su casa desierta, llevando la jaula con ambas manos.
(…)
Esa noche, mientras la madre, el padre, el hermano y Matilda cenaban como de costumbre en la sala de estar, frente a la televisión, llegó del comedor, a través del vestíbulo, una voz fuerte y clara. Dijo: «¡Hola, hola, hola!».
— ¡Harry! —exclamó sobresaltada la madre, poniéndose blanca—. ¡En la casa hay alguien! ¡He oído una voz!
— ¡Yo también! —dijo el hermano.
Matilda se puso en pie de un salto y apagó el televisor.
— ¡Chiss! —ordenó—. ¡Escuchen!
Todos dejaron de comer y se quedaron muy tensos, con el oído atento.
De nuevo escucharon la voz:
— ¡Hola, hola, hola!
— ¡Está ahí! —exclamó el hermano.
— ¡Son ladrones! —susurró la madre—. ¡Están en el comedor!
—Creo que sí —dijo el padre, sin moverse.
— ¡Ve, pues, y atrápalos, Harry! —susurró la madre—. ¡Sorpréndelos con las manos en la masa!
El padre no se movió. Al parecer no tenía ninguna prisa por salir y convertirse en un héroe. Su rostro se había vuelto gris.
— ¡Vamos, hazlo! —chistó apremiante la madre—. ¡Probablemente estén buscando la plata!
El marido se secó nerviosamente los labios con su servilleta.
— ¿Por qué no vamos todos y miramos? —propuso.
—Vamos entonces —dijo el hermano—. Vamos, mamá.
—No hay duda de que están en el comedor —susurró Matilda—. Estoy segura de que están allí.
La madre agarró un atizador del fuego. El padre, un palo de golf que había en un rincón. El hermano agarró una lámpara de mesa, arrancando la clavija del enchufe. Matilda empuñó el cuchillo con el que estaba comiendo y los cuatro se dirigieron a la puerta del comedor, manteniéndose el padre bien detrás de los otros.
— ¡Hola, hola, hola! —dijo otra vez la voz.
— ¡Vamos! —gritó Matilda, e irrumpió en la habitación blandiendo el cuchillo—.
¡Manos arriba! —gritó—. ¡Los hemos sorprendido!
—Es fabuloso —admitió Matilda—. ¿Me lo dejarías una noche?
—No —contestó Fred—. Desde luego que no.
—Te daré mi paga de la semana que viene —dijo Matilda.
Eso era otra cosa. Fred lo pensó unos segundos.
—De acuerdo —dijo—, si prometes devolvérmelo mañana.
Matilda regresó tambaleándose a su casa desierta, llevando la jaula con ambas manos.
(…)
Esa noche, mientras la madre, el padre, el hermano y Matilda cenaban como de costumbre en la sala de estar, frente a la televisión, llegó del comedor, a través del vestíbulo, una voz fuerte y clara. Dijo: «¡Hola, hola, hola!».
— ¡Harry! —exclamó sobresaltada la madre, poniéndose blanca—. ¡En la casa hay alguien! ¡He oído una voz!
— ¡Yo también! —dijo el hermano.
Matilda se puso en pie de un salto y apagó el televisor.
— ¡Chiss! —ordenó—. ¡Escuchen!
Todos dejaron de comer y se quedaron muy tensos, con el oído atento.
De nuevo escucharon la voz:
— ¡Hola, hola, hola!
— ¡Está ahí! —exclamó el hermano.
— ¡Son ladrones! —susurró la madre—. ¡Están en el comedor!
—Creo que sí —dijo el padre, sin moverse.
— ¡Ve, pues, y atrápalos, Harry! —susurró la madre—. ¡Sorpréndelos con las manos en la masa!
El padre no se movió. Al parecer no tenía ninguna prisa por salir y convertirse en un héroe. Su rostro se había vuelto gris.
— ¡Vamos, hazlo! —chistó apremiante la madre—. ¡Probablemente estén buscando la plata!
El marido se secó nerviosamente los labios con su servilleta.
— ¿Por qué no vamos todos y miramos? —propuso.
—Vamos entonces —dijo el hermano—. Vamos, mamá.
—No hay duda de que están en el comedor —susurró Matilda—. Estoy segura de que están allí.
La madre agarró un atizador del fuego. El padre, un palo de golf que había en un rincón. El hermano agarró una lámpara de mesa, arrancando la clavija del enchufe. Matilda empuñó el cuchillo con el que estaba comiendo y los cuatro se dirigieron a la puerta del comedor, manteniéndose el padre bien detrás de los otros.
— ¡Hola, hola, hola! —dijo otra vez la voz.
— ¡Vamos! —gritó Matilda, e irrumpió en la habitación blandiendo el cuchillo—.
¡Manos arriba! —gritó—. ¡Los hemos sorprendido!
Los otros la siguieron, agitando sus armas. Luego se detuvieron. Miraron a su alrededor. Allí no había nadie.
—Aquí no hay nadie —dijo el padre, con gran alivio.
— ¡Yo lo oí, Harry! —chilló la madre, que aún temblaba—. Está aquí, en alguna parte —añadió, y empezó a buscar detrás del sofá y de las cortinas.
En ese momento volvió a oírse la voz, ahora suave y fantasmal.
— ¡No fastidies! —dijo—. ¡No fastidies!
Dieron un salto, asustados, incluso Matilda, que era una buena actriz. Miraron a su alrededor. No había nadie.
—Es un fantasma —afirmó Matilda.
— ¡Que el cielo nos valga! —gritó la madre, agarrándose al cuello de su marido.
— ¡Claro que es un fantasma! —dijo Matilda—. ¡Yo lo he escuchado antes! Esta habitación está encantada. Creía que lo sabíais.
— ¡Sálvanos! —gritó la madre, casi estrangulando a su marido.
—Yo me voy de aquí —dijo el padre, más gris aún. Salieron todos, cerrando la puerta tras ellos.
A la tarde siguiente, Matilda se las arregló para rescatar de la chimenea un loro bastante manchado de hollín y malhumorado y sacarlo de la casa sin ser vista. Salió por la puerta trasera y lo llevó, sin dejar de correr, a casa de Fred.
—Aquí no hay nadie —dijo el padre, con gran alivio.
— ¡Yo lo oí, Harry! —chilló la madre, que aún temblaba—. Está aquí, en alguna parte —añadió, y empezó a buscar detrás del sofá y de las cortinas.
En ese momento volvió a oírse la voz, ahora suave y fantasmal.
— ¡No fastidies! —dijo—. ¡No fastidies!
Dieron un salto, asustados, incluso Matilda, que era una buena actriz. Miraron a su alrededor. No había nadie.
—Es un fantasma —afirmó Matilda.
— ¡Que el cielo nos valga! —gritó la madre, agarrándose al cuello de su marido.
— ¡Claro que es un fantasma! —dijo Matilda—. ¡Yo lo he escuchado antes! Esta habitación está encantada. Creía que lo sabíais.
— ¡Sálvanos! —gritó la madre, casi estrangulando a su marido.
—Yo me voy de aquí —dijo el padre, más gris aún. Salieron todos, cerrando la puerta tras ellos.
A la tarde siguiente, Matilda se las arregló para rescatar de la chimenea un loro bastante manchado de hollín y malhumorado y sacarlo de la casa sin ser vista. Salió por la puerta trasera y lo llevó, sin dejar de correr, a casa de Fred.
Matilda (fragmento)
Roald Dahl
Santillana Ediciones generales, S.L. Alfaguara – 2005
Roald Dahl
Santillana Ediciones generales, S.L. Alfaguara – 2005
Al escuchar las voces, la madre de Matilda se sintió | |||||
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