Había una vez un hombre que tenía un perrito muy alegre y juguetón.
Cada vez que su dueño volvía a casa el perrito corría hacia él, se ponía de pie sobre las patas traseras y lo recibía con grandes muestras de alegría.
El hombre se sentía muy feliz al ver que su perro lo recibía tan alegremente y por eso lo acariciaba con afecto y casi siempre le daba algo sabroso de comer.
El dueño del perrito tenía también un asno que era bastante envidioso y no muy inteligente.
“A este perrillo lo tratan mejor que a mí —pensaba el asno— y en realidad lo único que hace es correr hacia el amo cuando llega a casa, lamerlo y subirse en él. A lo mejor si yo hiciera lo mismo, me darían mejor de comer”.
Al día siguiente, cuando el hombre volvió a casa, el asno se adelantó al perrito y corrió hacia él rebuznando.
Al llegar junto a su amo, se puso de pie sobre sus patas traseras y le apoyó las delanteras encima, con lo que el hombre cayó al suelo.
—Mi asno se ha vuelto loco, ¡socorro!—, gritó el hombre; se levantó y echó a correr asustado, mientras el asno pensaba: “No lo entiendo, lo he hecho igual que el perro y no le ha gustado nada”.
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