martes, 17 de noviembre de 2015

Cuento sin final.


Nunca me había gustado la tía Sharon. Mis padres se empeñaban en llevarme a su casa, cada vez que íbamos a Wichita.
La tía Sharon vivía en una casa muy vieja y antigua que olía a sucio y a pescado podrido. Pero esto era lo de menos.
 La habitación que me daba para dormir estaba en el sótano y allí había muchos y extraños ruidos. 
Aquel día de febrero, cuando me disponía a bajar a mi habitación, la tía Sharon me susurró al oído:

- Mala suerte, mala suerte, pequeño!
Y me dio un beso mezclado con risa de bruja.
 Durante la noche, los ruidos me parecieron más raros que otras veces. Surgían de una caja de cartón mediana que ocupaba un lugar en aquel espacio pequeño. Me acerqué a ella y comprobé que efectivamente el ruido salía de la caja de cartón. Tal vez había un reloj dentro u otro cacharro viejo que se había puesto en marcha. La destapé un poco para ver…

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